jueves, 17 de junio de 2010

Valor perdurable.

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ARTÍCULO SEMANAL.
Lunes 17 de Junio del 2013.

Valor perdurable.


¨Tráeme agua y verás cómo lo limpio¨, dijo un hombre mientras sostenía en su mano un ennegrecido centavo. Aun para mí, niño y de familia de recursos limitados, aquel centavo no tenía ningún atractivo. Con cinco centavos, yo hubiese podido comprar un pilón (tipo de dulce), pero que tuvieran mejor apariencia que el que sostenía aquel hombre, pudiera yo haber razonado. Le trajeron un vaso con agua, y dejando caer el centavo sobre un espacio de tierra, vertió sobre ella del agua, para inmediatamente, con la punta de su zapato, restregar el centavo con el lodo. A menos de un minuto de hacer eso, levantó el centavo. Me asombró mucho al ver que hasta brillo había adquirido. Ahora sí parecía tener valor.

El centavo fue siempre centavo, pero por su sucia apariencia parecía equivaler a menos.

Cinco centavos ennegrecidos tienen el mismo ¨poder¨ adquisitivo, que cinco brillantes centavos acabados de entrar a circulación. Para efectos de adquirir cosas, la apariencia de la moneda no determina esa posibilidad.

¿Quién no ha escuchado o leído de alguien que adquirió algo de valor que estaba abandonado en algún sótano o considerado como chatarra? En muchos de esos casos, el que compró supo que tenía de frente algo que valía mucho más que la modesta estimación que le daba su dueño. Y una vez adquirido, lo limpia y lo condiciona hasta que otros logran ver el valor real de lo que parecía inútil.  Claro que el valor de muchas cosas depende del servicio que presten, la demanda que tengan, o de lo que representen para su potencial comprador. Innegablemente, en la cotización de las cosas, los resultados son relativos, variables y pueden llegar a ser nulos.

De lo que se halla sobre nuestro planeta, de lo tangible, ¿qué es lo que más vale? ¿Hay algo que nunca pierda su valor a pesar de su apariencia, deterioro, condición, o tiempo? 

Desde pequeño he estado coleccionando estampillas; las mismas tienen para mí, dos valores históricos. El que muestra en su cara: País de origen, lo que conmemora, ilustra o anuncia y su fecha. Y en su segundo valor histórico: Lo que me recuerda. Una de ellas, procedente de las Filipinas, la encontré en el suelo, cerca del estacionamiento de un restaurante de comidas rápidas en Mayagüez, Puerto Rico, cuando tenía como 18 años. Otras que provienen de Singapore, me las dio un pastor, siendo yo un muchacho. Algunas de ellas, me las dieron personas en el correo de mi pueblo, cuando yo de niño, iba en tiempo de verano a pedir que me regalaran el sello de las cartas que les llegaban.

Para mí, hay un valor nostálgico en muchas de ellas. Valor que les he dado por lo que representan. Pasados unos años, quise mirar de una manera más formal a ese pasatiempo de la colección y supe que tal afición es conocida como Filatelia, y también aprendí, que el valor de las estampillas en ese mundo filatélico, es superior cuando la estampilla nunca ha sido usada, o sea, cuando carece del timbre que le pone el correo,  o cuando es de una edición de la que se imprimieron pocas o con errores. 

Un tasador no le daría un valor muy elevado a mi colección de sellos, pese a estar en los miles, porque todos son usados. Sólo tendrían un valor significativo para él, aquellos que pertenecieran a ediciones limitadas o singulares. Ante mis ojos, sin olvidar las ¨reglas¨ filatélicas, éstos tienen un valor superior, porque en ellos veo las estampas de mis años infantiles y subsiguientes.

Acá, diría cualquiera y con razón, que el valor de mi colección es subjetivo; variaría su precio de persona en persona, dependiendo cómo la miraran. A la larga, son pedacitos de papel con impresos de colores en uno de sus lados.

Y de nuevo, ¿habrá algo en la Tierra cuyo valor no sea subjetivo? ¿Habrá algo que tenga valor esencial sin importar quién lo tase?

Leí de un hombre rico que entre sus posesiones estaba una colección de pinturas de autores de renombre. En una ocasión, en horas de la noche, se inició un fuego en su mansión. Sus servidores lo llamaron para que escapara del incendio que en cuestión de minutos, había acaparado una gran parte de la propiedad. Escapando él, su familia y sus servidores, estando afuera de la mansión, recordó sus pinturas, y corrió entrando a su mansión que en ese momento estaba envuelta en llamas. Cuando horas después, los bomberos extinguieron el fuego, el cadáver del hombre fue hallado achicharrado con sus brazos alrededor de un par de pinturas.

¿Qué valía para este hombre? ¿Consideró su vida por encima del valor de sus pinturas?

A la pregunta que he estado haciendo, la respuesta que daríamos, probablemente todos, sería: La vida. Pero, es más que la vida o la existencia lo que tiene el valor incalculable. Porque cuando sólo el estar vivo, es lo que la gente considera valioso, será a eso que mostrará diligencia, olvidando lo que trasciende a estarlo. Viven muchas cosas. El regalo de la existencia está por doquier. Tienen vida las amebas, las lombrices y los escarabajos. Tiene vida el cacto, la orquídea y la enredadera. Vive el cerdo, vive el pavo real y el águila. Vive el hombre. Entonces más que vivir, la pregunta que en cuya respuesta, precisa lo que más vale, sería: ¿Qué es lo que vive? ¿Es planta, es mineral, es animal, es humano?

Jesús fue criticado en su época porque compartía sus enseñanzas con gente de mala reputación o con poco que aportar aparentemente. Gente que ante la mirada de muchos, no tenía grande valor. Mas Él, siendo el autor de la vida misma, conocía, aparte de su condición, el valor del humano. En una de las parábolas que sonaría como cuento infantil para algunos en aquél momento y hoy, Jesús ilustró ese valor que tenemos ante la vista de Dios. 

¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.  Lucas 15: 8-10 (Biblia)

Una dracma era una moneda griega, de plata, con el valor aproximado de un día de trabajo en aquél entonces. Los que lo escuchaban sabían perfectamente el valor de una dracma, ahora, ¿cuánto valía para la mujer de la parábola? Tanto como para barrer la casa con esmero con tal de dar con la moneda, y tanto, como para hacer celebración con amigas y vecinas al encontrarla.

Parece exagerada la conclusión que le dio el Señor, en la que se hiciera ¨fiesta¨ por hallar una moneda perdida. Su aparente hipérbole, era para ilustrar el valor que tenía esa moneda para aquella mujer, y para añadir, que ante el cielo, ante Dios, se hace fiesta cuando un ser humano es rescatado de sus lazos de pecado. Ellos veían a la gente inculta, vulgar, o amoral, como parias de la sociedad; Cristo, sin encubrir que como todos, eran pecadores, estuvo dispuesto a ¨barrer la casa¨ con tal de rescatarlos. Enseñando con eso, lo que valemos para Dios.

¿Qué es lo que más vale en la Tierra? El ser humano. 

No le da ese valor una declaración como la que acabo de escribir, se lo ha dado Dios, desde el momento mismo en el que manifestó su voluntad de crearnos. 

En muchos países, se condena con multas y tiempo en prisión, el que alguien destruya el huevo de un águila o los cachorros de algún animal exótico, especialmente si son de alguna especie que esté en peligro de extinción. Al igual que las estampillas y otras tantas cosas, si son escasos, su valor es mayor. Sin embargo, se matan antes de nacer, miles de seres humanos en clínicas, por profesionales y con el respaldo de la ley. ¿Dónde está la comprensión del valor que tiene cada persona? Ya tienen un corazón que les late. Viven, aunque todavía les falte desarrollo.  

Una persona sensata esperaría que para un médico, darse cuenta de eso, debería ser suficiente para detener una barbarie como es el aborto, pero por únicamente mirar que vive, y nada más, quienes aprueban, legalizan y practican el aborto,  ¨silencian¨  sus conciencias razonando que lo que está ahí es sólo una cosa viva. Olvidan que el ser dentro de ese cuerpo, es demasiado caro; su precio es de sangre. Y hubo alguien dispuesto a pagarlo. 

Hace unos años, trabajando en una ciudad, salí a caminar por sus aceras hasta llegar a un sector en el que estaba sentado un mendigo. Me extendió la mano para pedir, y acercándome a él, tras su aspecto desaliñado, tras su barba desordenada y por entre sus sienes enjutas, noté el azul de sus ojos. Su mirada irradiaba esperanza. Seguía existiendo un ser humano, precioso para Dios, tras su abandonada apariencia y su decadente condición. Hice lo que estaba a mi alcance en ese momento y me regresé con un mensaje que latía en mi mente respecto a ese hombre. ¨Sigue siendo un ser humano. Sigue teniendo dignidad. Sigue siendo de precio incalculable. ¨ 


Cierto es que muchos seres humanos se desvalorizan moralmente, y muchos se tornan en áspid de dolor para la sociedad, pero, siguen valiendo para Dios, y por eso, de dar lugar al arrepentimiento genuino, Él les puede otorgar el perdón y extenderles, aun cuándo paguen humanamente por sus actos, la vida eterna. Mas de no arrepentirse, aunque a Dios le duela, pasan a eterna condenación.

Cuando el extinto dictador de Irak, Saddam Hussein, acusado de genocidio, fue encontrado escondido en un hueco en la tierra, las imágenes en video de su captura fueron mostradas por medios noticiosos alrededor del mundo. Cuando miraba a ese hombre sin su guarda de protección, sin sus elegantes uniformes militares, siendo examinado bucalmente y rodeado de soldados americanos, me dio lástima. Se veía tan frágil y agotado. Claro que no olvidaba sus atrocidades cometidas contra su propio pueblo y etnias a las que él consideraba inferiores, pero seguía siendo un ser humano. 

Pienso que al igual que yo, hubo muchos que pedirían al Señor que una vez más tratara con el corazón de ese hombre, para que se arrepintiera de sus pecados y horribles actos. Murió ahorcado, y durante el juicio que se le había presentado días antes, se mostró desafiante, soberbio y amenazante. El daño que hizo a la humanidad fue grande, pero añadió a su soberbia, eliminando la posibilidad de obtener vida para su preciosa alma, al no pedir perdón sincero al Dios verdadero.

Cada ser humano tiene su dignidad. El más bajo de los hombres, vale más que el más exótico de los animales. Por eso se pagó un precio tan elevado. No fue por las ballenas, o por las águilas doradas, que vino el Señor de tan lejos para pasar el martirio y el castigo de la cruz. Aun cuando de esas otras criaturas también Dios tiene su cuidado, fue por el humano que se visitó la tierra, y fue el amor de Dios, lo que le impulsó a sacrificar lo que sacrificó.

A diferencia de las estampillas, el ser humano aunque tocado y manoseado por el pecado y abusado por una naturaleza desenfrenada de tendencia hacia el mal, no ha perdido su estima. No ante Dios.

Si todavía te costara aceptar la cotización elevada que tiene el alma humana, al pensar en el más detestable de los ciudadanos de tu barrio, o en la mal oliente mujer que vive alcoholizada bajo algún puente, entiéndelo al considerar el precio que pagó por ellos y por ti, el ser más rico de todos. 

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.  Juan 3:16 (Biblia)


M. Erskine Rivera
   Junio 2013

Copyright 2013 M. Erskine


1 Comentaron...¿te animas? :

Anónimo dijo...

Lindo y reflexivo este artículo, que nos ánima y nos hace sentir amados por Dios a pesar dé y qué.

Gloria a Dios por JEsucristo.

Bendiciones.-