jueves, 20 de mayo de 2010

Informantes.

ARTÍCULO SEMANAL.

Lunes 20 de Mayo del 2013.

Informantes.

Hubieron varios valores inculcados por mi madre en nosotros, que de alguna manera calaron permanentemente mi corazón. Uno de ellos fue el respetar la propiedad ajena y no tomar lo que no fuera de uno. No robar.

En mi infancia no dejaba de sorprenderme cuando sabía de alguien cercano que había robado. No podía concebir que gente ¨amiga¨ hiciera eso. Lo que no había visto aún, era a alguien en el acto mismo del robo. La primera vez fue en una noche. Se celebraban fiestas que duraban una semana, a escasos bloques de donde nosotros vivíamos. 

El sector se llenaba de automóviles que acaparaban cualquier espacio que fuera posible para estacionarse. A eso de las 11 de la noche, cuando la fiesta estaba en todo su apogeo y los residentes del sector estaban o acostados o en plena fiesta, y cuando en el área de estacionamiento no había personas, me dio por asomarme por una ventana del apartamento en el que vivía para dar una mirada general. Ahí fue cuando reconociendo a un vecino nuestro, de alrededor de 25 años, noté que estaba forzando un objeto por una puerta de uno de los vehículos estacionados.

Sabía que él no tenía vehículo, y que el que él estaba tratando de abrir no pertenecía a los residentes del caserío, sino que era de algún visitante de otro sector.

Sentí en mi corazón un gran malestar. Yo tendría como 14 años, y tenía bien arraigado en mí que el robo era algo abominable. Le comuniqué a mi madre, quién también se asomó por la ventana. Mirando a ese vecino que aprovechando las sombras de la noche, intentaba su fechoría, a ambos nos molestó la escena. En eso, como si nuestros pensamientos se conectaran, mi mamá estuvo de acuerdo en que yo fuera y reportara el acto de inmediato en el cuartel de la policía.

Saltando por el balcón trasero de la casa, fui corriendo hasta el cuartel que quedaba como a una distancia de tres bloques. La policía fue de inmediato e impidió que el robo se llevara a cabo.
Cuando regresé del cuartel, caminando, y entré por el mismo balcón por el que había salido, escuché la voz de aquél vecino gritándome a mis espaldas, ¨¡Qué rata!¨

Era de esperarse que me insultara. Estaba molesto por haber sido delatado e impedido en su plan. Esa noche estuve casi en media vigilia, desde la misma ventana, con mis ojos puestos en aquél vehículo, hasta que llegó su dueño. Se acercó, abrió con su llave la puerta y se fue. Sospecho que nunca se enteró de lo sucedido, excepto por las marcas que de día vería en la puerta de su vehículo.

En mi país, se usan palabras desdeñables para marcar a personas que informan, delatan o denuncian.  En inglés, no faltan los epítetos ofensivos vulgares de parte de quienes tienen intereses en que la verdad no salga a la luz, pero existe una palabra ¨neutra¨, que se emplea para recordar que una persona que denuncia es como quién pone en aviso de un peligro o anomalía. La palabra es ¨whistleblower¨ que en una traducción literal al español sería ¨soplador del silbato¨. Trae a la mente la figura de un guardia o velador que soplando el silbido, pone al tanto a un grupo de personas sobre una situación de riesgo. Esa es una labor necesaria, que debiera ser siempre apreciable y siempre loable. 

Pero con los años descubrí, que actos como el de mi parte, en esencia nobles, en ciertos círculos de la sociedad son catalogados de despreciables. La parte dura de entender para mí, en mi descubrimiento, no fue la obvia, la del que gente perversa te repudiaran por estorbarles con tu denuncia sus maldades, sino la de que gente de supuesto respeto, despreciara la acción de algún bien intencionado informante.

Pensé que era correcto denunciar la injusticia entonces, y gracias a Dios, no desalentándome la manera en la que una parte de la sociedad desprecia a quién no tolera el engaño o la vileza, sigo creyendo que es lo correcto.



Fue en estos días de unos eventos de trascendencia nacional, que medité detenidamente en esto que hoy ventilo acá. En Septiembre 11 del 2012, una turba de militantes extremistas, atacaron una sede del Consulado Americano en la ciudad de Benghazi, Libia. Los informes que siguieron por varias semanas, dados por el gobierno actual de los Estados Unidos, fueron que los incidentes fueron perpetrados por una turba común y motivados por un video que denigraba a la religión musulmana. Desde el presidente hasta la embajadora americana, sostuvieron y promovieron esa versión de los hechos. Hasta que unos informantes, testigos de los eventos, decidieron hablar. Lo propio, especialmente, cuando se trata de eventos que han dejado a personas muertas, es indagar para hacer justicia y para evitar hasta donde sea posible, la pérdida de vidas, como fue en este caso y además, porque la verdad debe ser norma vital en todos, y particularmente, en los que dirigen a una nación. 

Lo sorprendente e indignante es que estos informantes, llegaron a ser intimidados por miembros del gobierno actual, para que desistieran en lo que ellos sabían que era su deber como gente honesta. Uno de ellos, fue degradado de sus funciones, pese a sus años de excelente servicio, por atreverse a testificar y sacar a la luz información correcta respecto a esos eventos, por miembros de la actual administración. Después de todo, el ataque había sido planeado por militares terroristas, sin tener nada que ver con un video. Esto al gobierno actual, le convenía disfrazarlo para no quedar mal ante la opinión de la nación, y para no estorbar unas elecciones que estaban por celebrarse. El gobierno hubiese preferido que estos informantes callaran. En el momento en que escribo esto, el caso está aún en su primera etapa en lo que a audiencias de investigación respecta.

En la historia de cualquier país, han habido consecuencias buenas y malas, para quien se haya comprometido con la verdad y haya informado de la misma. En dónde se ama la verdad y la conducta moral, se premia al denunciante; pero en dónde se ambiciona el poder y se fomenta el libertinaje, se le denigra.

Tenemos sectores en nuestros países en dónde se amenaza al que diga algo; y se crean esas culturas del silencio en dónde nadie vio ni oyó nada. Hay ocasiones en las que se trata de asesinar la dignidad de los que deciden hacer lo que es moralmente correcto, difamándolos. En otras se toman represalias contra los informantes, privándoles de sus empleos, de sus derechos y de su seguridad en general.

Ciertamente que hoy se requiere, además de un claro sentido de lo que es moralmente correcto, valentía para no callar.

Una nota alentadora es que todavía la conciencia sigue viva en una gran parte de la humanidad, y otra nota aún más alentadora, es que en la oficina de gobierno más alta del Universo, se sigue amando la verdad y premiando al que hace uso de ella.

¨Sea, pues, con vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho.¨         
2 Crónicas 19:7  

Esas palabras fueron dadas a unos jueces de la antigüedad, por un Rey temeroso de Dios. Y se repiten a lo largo de todo el sagrado escrito, anunciando que el Creador, ama la verdad y bendice a los que la viven. El hecho de que en nuestra conciencia, conociendo o no, a Dios, suene una alarma cada vez que algo no está bien o es encubierto, atestigua del carácter íntegro y de la voluntad justa del Dios que nos dotó con ella.

Es popular, aunque no la regla, en el mundo de los negocios usar la trampa, o las maquinaciones como estrategias para ¨prosperar¨ la empresa, y en los gobiernos, el mentir, y el encubrir, parecen ser hasta requisitos para llegar ´lejos¨ y ´alto¨ en tales funciones.

Pero, no con el gobierno de Dios; no con su corazón. Sobre este mundo actual, en el que parecen ser menos populares y queridos los que se mantienen del lado de la moral y la verdad, siguen los ojos de Dios mirando. Sigue su Espíritu aprobando el proceder de tales valientes.

En unas citas que debieran ser leídas seriamente por los que dirigen hogares, empresas, pueblos o naciones, se revela la ventura que espera a quienes viven en el temor de Dios y acatan su justicia y verdad.

Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino. Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia; quien su dinero no dio a usura, ni contra el inocente admitió cohecho... 

Terminando con la grata garantía, dada por Dios mismo de que...

... El que hace estas cosas, no resbalará jamás.  Salmos 15: 1- 5 (Biblia)




M. Erskine Rivera
   Mayo 2013

Copyright 2013 M. Erskine


1 Comentaron...¿te animas? :

Anónimo dijo...

Bien expresado su artículo, la verdad es una de las cosas que algunos seres humanos no quieren afrontar, porque su interior se removerá esa fibra que sólo la verdad puede mover, es más algunos la ven anticuada, sin importancia y hasta piensan que una pequeña mentira puede solucionar, ¡Que equivocación! La Biblia nos dice "Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios."

Entonces Amarla y a practicarla