jueves, 15 de abril de 2010

Más que envejecer, madurar.

ARTÍCULO SEMANAL.

Lunes 15 de Abril del 2013.

Más que envejecer, madurar.


Un amigo de antaño, con quien compartiera diversos proyectos musicales, me contactó hace unos años, ya que visitaba el estado de New Jersey y quería darme una visita para compartir por unos días, como lo habíamos hecho antes, en amistad sana y hermandad. Si había algo que recordaba del buen tiempo que compartí, junto a otros amigos, fue el de los proyectos musicales y el del humor ocurrente que ese amigo tenía; algo que también era característico en mí.

Llegado el día, fui a recogerlo en la dirección en la que estaría hospedándose. Le había informado en una llamada, que en ese día en particular, tenía una reunión en la que me tocaba dar clases bíblicas, pero que luego de la misma podíamos charlar y compartir de las experiencias de cada uno en esos años que habían transcurrido. 

Ya en mi vehículo, camino al local al que me dirigía a enseñar, desarrollamos una conversación amena, llena de preguntas que se acostumbran en los reencuentros. Minutos después, mientras hice una parada en una gasolinera, mi amigo ¨reabrió¨ su cuaderno de bromas; de esas, las ocurrentes, y reímos por unos minutos. Ya llegando al destino de ese momento, le compartí de forma breve de las experiencias que había tenido en mi vida, con Dios. Experiencias impactantes y transformadoras. Algo que a él no le resultaría campo extraño, ya que habíamos sido parte de un grupo musical cristiano en esos años de amistad fraterna.

Estuvo atento en todo lo que se desarrolló en la reunión y atento con la enseñanza. Terminada la reunión y de vuelta hacia donde se hospedaba, habiéndome notado más formal y dado a mis convicciones en Dios, según me hizo saber en el camino, antes de bajarse del vehículo me miró, y con un tono amable pero de lamento, dijo- No... no eres el mismo.- 

No lo vi más. No se comunicó más. Mi amigo se había quedado, internamente, en esos años. No toleró que yo hubiera madurado en mi fe y que en mi conducta, estuviera más comedido. Esperaba encontrarse con una memoria en pausa a la que pudiera reiniciar, exactamente en dónde había quedado durante todos esos años. Esperaba que volvieran a darse las charlas jocosas imparables, las anécdotas de nuestras novias de antaño, los chistes ocurrentes... pero aunque percibió que yo aún portaba el buen humor, también vio que lo sujetaba; ya no era el joven locuaz suelto a las corrientes del humor, sino, un hombre dueño de sí mismo.

Una persona a la que tampoco le hubiera parecido plausible mi ¨cambio¨, hubiese dicho- Ha envejecido antes de tiempo . La edad lo ha amargado. ¨- 

Pienso que por no saber hacer la diferencia entre envejecer y crecer en edad y en sensatez (madurar), ni entender la belleza y valor que hay en la madurez bien dada, son por centenas las personas que se resisten a tales cambios, y por lo tanto, aunque aumentan en años, evitan o retrasan emocionalmente madurar. 

No ven, aparentemente, belleza o gracia en la madurez. Encuentran insípidos los cambios. Cada estación tiene su belleza, cada pradera su gracia y de igual manera la tiene cada cúmulo de años.

Una común postura mental es la de añorar cumplir cierta edad, y luego de arribar a ella y rebasarla,  negarse a avanzar. Que no nos guste envejecer, por los efectos físicos que trae eso, se entiende (y aún en lo físico, se puede envejecer con gracia), pero que no nos guste madurar, por la connotación negativa que le hemos dado a eso, es inaceptable.

De hecho, no hay que ser mayor de edad para ser maduro, se puede tener de esa formalidad, entendimiento y sensatez, aun desde joven.

Quienes interpretan que la madurez es sinónimo de tristeza, de amargura, de disgusto, han vinculado inconscientemente como con soldadura, las emociones a las edades. Ni la jovialidad es estrictamente de la niñez o del adolescente, ni la alegría excluye edades. La risa lejos de desaparecer, cuando se madura correctamente, se torna más sincera, afable, y el humor, más inteligente. El madurar no aniquila eso que forma parte profunda del ser humano; es el individuo que en cualquier edad lo acalla o lo realza.

Pero de igual manera, quien ha concluido que una actitud traviesa, vivaracha o libertina forma una ejemplar columna en la que pueda desarrollarse como persona, se priva a sí mismo del disfrute y la satisfacción del crecimiento y su fruto. 

El madurar, en todo el sentido que encierra la palabra, es estimable ante Dios, ante quienes lo aprecian y de valor incalculable como faro, en una época oscura en la que no abunda la sabiduría práctica entre los que se esperara.     


Mientras cursaba el décimo grado, en una escuela superior en Puerto Rico, en la clase de español, un estudiante en particular hacía reír con sus ocurrencias y a veces, irreverentes comentarios al resto de la clase. Lo notaba especialmente ¨fluido¨ en su repertorio cuando las muchachas reían más.

La maestra de esa clase en particular, no sabía a veces cómo manejar la situación con aquél muchacho de casi 19 años. (Estaba repitiendo curso.) Yo estuve los dos años siguientes en Estados Unidos, por lo que no supe más de ese estudiante, hasta que volví a verlo en una clase a nivel de Universidad. 

En esa clase, curiosamente, también de español, siendo su primer día, este muchacho que ahora tendría más de 21 años, intentó hacer un intercambio jocoso con esa otra maestra; intentó hacer su público desde el primer día, con sus chistes. Pero esta vez, la maestra de Universidad, frenó su plan. Ésta, con tono firme y de autoridad le recordó al joven, entre otras cosas, que se encontraba en ese momento en un mundo de adultos y que no quería payasos en su salón. 

Hubo un silencio incómodo en el aula, y sin ánimo de añadir dramatismo a la narración, el joven no volvió más a ese salón. Se hallaba cómodo en ese estado emocional de adolescente, y en vez de acogerse a la nueva responsabilidad que le requería el privilegio de poder estudiar una carrera y aceptar felizmente su lozana adultez, se volteó en su cuna emocional. 

Uno de los incidentes domésticos registrados en la Biblia, que para mi resulta bien revelador, fue aquél en el que Abraham celebró una gran fiesta porque su niño Isaac, había sido destetado. Mató buey, como era costumbre en esas grandes celebraciones. Habría música y jolgorio, y ¿la razón?, su niño ya no dependía de la leche materna. Ante una mirada superficial, pareciera exagerado todo el bullicio hecho por algo tan trivial en apariencia. Pero Abraham celebraba el crecimiento, por dos razones de fundamento: Progreso en el desarrollo de su hijo amado y la comprensión de que Dios quién da el crecimiento, estaba con él y su hijo. 

Era gracioso su niñito de encías peladas, sostenido del pulgar de su padre mientras se bamboleaba intentando caminar, pero Abraham, como todo padre normal, quería verlo crecer; crecer de manera integral; madurar.

La mano de Dios y su voluntad, está expresa en la madurez.

Todos envejecemos en la tierra; consecuencia directa de la caída del hombre. Es algo que no puede humanamente evitarse. Pero no todos maduran de forma integral.

El madurar no forma parte del castigo al pecado original, no debe mirarse con aprensión, ya que es mas bien uno de los tantos recursos que la gracia de Dios proveyó y preservó para la humanidad. 

Aceptémosla como lo que es: diseño de Dios para nuestro bien y el de nuestro prójimo, y de sumo valor cuando se procura a la luz de su consejo, ya que los años pueden proveer de experiencia, pero de sabiduría, únicamente Dios.

No lamentemos el paso del tiempo; desprendámonos de la frazada infantil emocional y demos bienvenida a esos cambios sanos y virtuosos que nuestro amado Dios, insiste en su amor operar. 

Y celebremos que: ...aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.   2 Corintios 4:16b (Biblia)



M. Erskine Rivera
   Abril 2013

Copyright 2013 M. Erskine


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