lunes, 11 de enero de 2010

Can I have a transfer.


Can I have a transfer?

Cuando aquel autobús en el que yo venía, se detenía a recoger más pasajeros, desde mi asiento a la derecha, miraba a los que entraban.
¿Buscando algún rostro conocido? ¿Mero entretenimiento de mirar lo que está en movimiento?
(Algo que notamos mucho en los felinos.)
Fuera lo que fuera, era mi rutina mientras viajaba en aquel autobús local. Y en una de estas paradas, entró un hombre al que le calculé como 55 años. Mas, si hubiere mirado discriminadamente su rostro arrugado, hubiese añadido 20 más.
No eran de esas arrugas que llegan, sino, de las que se adquieren.

Hizo una pregunta muy sencilla, pero, dijo tanto. Me pareció leer su vida por el tono que empleó al hacerla. Mirando al conductor del autobús, quien parecía mucho más joven, le preguntó: Can I have a transfer?

Se dice que una de las sensaciones más difíciles de describir en palabras, son las del olfato. Acá, en este relato, me cuestan las del oido y las visuales. Semanas después de la impresión que me dio esta cotidiana escena, encuentro difícil describir con atino, la gama de sensaciones que me dio escuchar y ver a aquel hombre.

Can I have a transfer?

Pedía un trasbordo; una boleta que le conectara con otro autobús, y así, economizar algunos centavos. Una transacción normal y rutinaria.
Pero, fue el tono que empleó lo que me ha dejado pensando. No se me ha ido de la mente y el pecho. Un tono que pondría más aquella oración interrogativa en la categoría de súplica. Y, a esa ¨súplica¨ se unía una mirada que parecía anticipar cualquier negación a lo que se pedía.

Ví en este hombre, la efigie del amor filial racionado.

Me recordó a los que en su niñez, son mirados como carga y como tal, se les empuja. Me recordó a los que fueron llamados accidente y no bendición requerida, al saberse sus madres embarazadas. Su tono contenía discordantes notas de miedo a decir algo mal, algo poco inteligente, algo que diera licencia al que escuchaba, a ponerle la etiqueta de tonto y como consecuencia, atropellarlo asi mismo con palabras.

Cuántas veces habría sido bombardeado con misiles de burla por parte de un padre hastiado. Una madre frustrada, fácilmente le habría gritado impaciente si de niño, hubiese hecho una pregunta en el momento menos indicado. Una inseguridad floreciente, hubiese dado sombra a los burlones y madera a los amargados, y harían de este individuo, una etiqueta viva de complejos y tristezas maquilladas. Dios sabe lo que sentí y pensé, escuchando el tono de este pasajero y su mirada azorada.

Se dan y se darán los atropellos verbales y físicos en el huerto humano, hasta que regrese nuestro justo Señor.

Felizmente aquel conductor se mostró amable. Razones por las que el hombre agradeció enfáticamente. No tanto porque se le vendió el trasbordo al que tenía derecho, sino, porque recibió un trato digno de persona.

Seguramente, de repetirse este trato todos los días, aquél hombre hubiera podido tornar su súplica en un normal pedido.
Pero, dado el vacio en el corazón, no faltarán las escenas duras en las que el atropello vuelva a marcar encima de viejas heridas, y por lo tanto, en cualquier otra parte de alguna fría y ocupada ciudad, se preguntará nuevamente con tono casi suplicante: Can I have a transfer?

M Erskine Rivera

COPYRIGHT 2007 M. Erskine

4 Comentaron...¿te animas? :

Rosyfenix dijo...

Cuantas voces silenciosas no estarán pidiendo una transferencia?... El anciano que ha sido olvidado, el niño maltratado, la mujer abusada..

Cuantos choferes como aquel se nesecitan hoy que respondan... Sure you can have a transfer!!

Beba dijo...

PRECIOSA REFLEXION!

Erskine dijo...

Que se multipliquen choferes as[i, y sean portadores de la amabilidad y el digno trato. Y que digan, como bien dices, Rosyfenix.

Erskine dijo...

Dios es bueno, Beba.